Hace un par de días me encontraba asfixiado del calor de abril (¿recuerdas las explosiones, amigo?). Pues bien, salí a hacer lo que un tipo como yo suele hacer en una tarde de domingo, cuando el termómetro suda los 30 y tantos grados: salir a pasear. A dónde fui, es lo de menos. El día estaba hasta eso muy a gusto a eso de las 4. Decidí sacar a dar la vuelta a mi amada Alfonsina.
Me puse en mi rol playero y con paliacate, huaraches y bermudas salí a sudarla.
[...]
Tiempo después, ya eran como las 9 de la noche, casi 10. Un ruido extraño me distrajo: techo de láminas picoteando. Eso no era normal. Agarré de nuevo a Alfonsina, con rumbo al hogar, y oh!!! estaba lloviendo. En abril, en un domingo asoleado... Está bien, pedí agua porque tanto era el calor que me estaba deshidratando, pero tampoco pedí el cielo.
Pues la dichosa fortuna me hizo navegar con Alfonsina la vuelta a casa, entre charcos de no se qué, piedras resbalosas y uno que otro chistoso en carro. Sin salpicaderas que me protegieran, acabé a la primer cuadra empapado, por lo que opté por disfrutar mi viaje a través de la pequeña cabañuela perdida.
Les muestro un par de fotos poco después de llegar a casa:
1. Yo todavia en mi disfraz dominguero, pero acabado de remojar
2. Nótese el detalle de la mugre embarrada en mi ojo.
3. Mis pobres waraches marca Veloz, quedaron hechos churritos con el agua.
4. Más pobre de mi playera que tanto me gustaba. Me sorprendí al descubrir los lunares de mugre (creí que había sido lluvia nomás jaja)
5. Y peor me puse al descubrir cómo quedo la espalda. ¿Así se verá un atropellado de nuestro eficiente sistema de transporte marrano?





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