3.8.15

Oleaje.


He dejado de escribir con la mano, aquella que me guiaba dulcemente por la pesadez de unos cuantos delirios inventados. Quien escribe ahora es mi pensamiento, más poderoso y callado que el roer (grarr, grarr) de la pluma sobre el papel.

Hay tantas horas-tinta que he dejado pasar con el viento que mueve mis pestañas. Y que alborota mis ideas, ésas que ya no comparto tan fácilmente como antes solía gustarme.

Y así como van y vienen las ideas, también van y vienen los amigos. Hasta puedo creer que siempre he tenido la misma cantidad de amigos, salvo que sus rostros cambian. ¿Serán máscaras? ¿Serán personalidades que yo mismo me invento, como para no sentirme tan solo?

Me gusta estar solo. Y me alejo de los demás cuando me necesito. Eso me pasa a diario. Es más, hasta se me figura que estoy resguardando mi voz, mis palabras, mis ideas, como un tesoro del que esté seguro que algún día me será de alguna utilidad. Mientras, lo sigo guardando. Y entonces, ya no sé si soy un avaro de mi propio yo.

¿Pero acaso he de importarle a los demás en mayor medida que ellos me importan a mí? Sólo puedo mantenerme cercano de las personas en quienes quiero estar cercano. Suena obvio, pero caray, observo que mucha gente se rodea de personas que no le son importantes.

En fin, estoy aquí de noche, sentado, deliberando y masticando, desentrañando por partes lo que acude a mi mente. Y es más veloz lo que entiendo y percibo de mí, que lo que mis propios dedos pueden imitar escribiéndolo. Las ideas fluyen, vienen y van (como mis amigos) y antes de atrapar una, miles más me han despojado de las creencias que tenía hace unos momentos para reemplazarlas por otras tantas y más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario